Un dia decidí dejar de ser un fotógrafo mediocre en un periódico mediocre de una ciudad mediocre. La mediocridad me asediaba por doquier, algunos compañeros mediocres se jactaban de su mediocridad diciendo cosas como: “No es sólo apretar el botón, ¿si es tan facil por que no lo haces tú mismo?”. Apretar un mediocre botón con tu dedo mediocre y hacer unos ajustes más o menos mediocres no sirve sino para obtener una foto mediocre.
Ellos, en su mediocridad, creen que sabiendo medir la luz y haciendo un encuadre mediocre, sus fotos se salen de la esfera de mediocridad que ellos mismos proyectan desde el mismísimo centro de su ego hinchado e infecto del mediocre virus de la ignorancia.
La imagen está resuelta. ¡Es perfecta!, ¡mira qué luces!, ¡qué composición!, ¡qué color!... ¡qué mediocridad!. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez, para qué se hace la foto?. Para muchos es para ganar dinero, para otros para hinchar más su ego, para toda una panda de gilipollas, por amor al arte.
¿Para que cojones se hace una foto si no es para nada de lo anterior? No lo se, imagino que para lo mismo que hablamos, miramos, o cogemos la mano de alguien, para sentir y hacer sentir, tanto al fotógrafo, como al espectador y al propio objeto del acto fotográfico.
Cuando escalas una montaña, y llegas a la cima ahogado, destrozado y desfallecido, a la mayoría de la gente, el hecho de coronar la cima puede suponerle una realización que a mi no me acontece hasta que desde la cima, buscando un momento de luz, ejecuto el mediocre y simple acto de hacer “clic”, la imagen es mi “para qué”, es mi narración del esfuerzo por coronar la cumbre, es la acción y la reacción de mi movimiento.
No quiero que nadie las vea, son el reflejo de un acto íntimo y personal, como una reflexión en voz alta. No me puedo imaginar como a los fotógrafos de la mediocridad se les puede ocurrir mandar una foto a un concurso, es un acto tan ruín como intentar competir en sentimientos. ¡Imaginen un premio al sentimiento más bonito, a la reflexión más profunda o al amor más sincero!.
Todo se hace por el propio beneficio y es el fin último del noveinta por ciento de los actos de los seres humanos, palabras, miradas, caricias, de todo se hace para recibir algo a cambio, otras palabras, miradas o caricias destinadas a saciar la desaforada ambición de nuestro ego. Cuanto más grande, más mediocre. La mediocridad se convierte en un monstruo al que ya no podemos alimentar y empieza a consumirnos en un acto de autofagia, de forma que quedamos reducidos a una corteza vacia que pasa horas frente a la tele, leyendo las palabras de otros, viendo las imágenes de otros para poder sobrevivir en nuestro inmenso vacio interior. Ya no nos tenemos ni a nosotros mismos.
Un compañero dijo una vez que el hacía algunas fotos para muchos, otras para unos pocos, pero todas, absolutamente todas, las hacía para el mismo. Imágenes propias que son reflejo de nuestros propios sentimientos, que son para nosotros, no para otros, y que desde dentro nos aislan de la lluvia de mediocridad que cae. Como Noé, construiremos un ser humano y lo llenaremos con una pareja de cada uno de los sentimientos, navegaremos durante toda la vida en el diluvio de la mediocridad y al final tendremos la certeza clara, cristalina, de que aquel que llega al final del viaje es uno mismo, y eso puede decirlo pocas, muy pocas de las personas que conozco.
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