lunes, 17 de octubre de 2011

Comentarios al fragmento de Rudolf Arnheim “El Poder del Centro. Estudio de la Composición en las Artes Visuales” pp: 10-20

En un principio, el ser humano tiene una forma rudimentaria de ver el mundo desde un punto de vista egocéntrico. Esta tendencia se amplia al aceptar la presencia en el mundo de otros centros llamados secundarios que aportan una perspectiva excéntrica. También desde un punto de vista psicológico, la relación entre los centros, la búsqueda del punto de equilibrio y la tensión que genera esta búsqueda, constituye la esencia de la existencia humana. De esta forma, ni una rendición a los mandatos externos, ni un egocentrismo absoluto pueden conformar una aceptable motivación para los seres humano.

Desde un punto de vista más artístico, la excentricidad y la centricidad son figuras espaciales que tienen su reflejo en el arte, la psicología y el mundo físico de forma que estos conceptos pueden describir impulsos y motivaciones.

La necesidad que de dinamismo tiene la expresión artística, no está sustentada en la mera imagen óptica que es estática per se, sino en los flujos procesales que el sistema nervioso hace para analizar las imágenes. Así, desde el punto de vista de la expresión artística, las formas son consideradas como una configuración de fuerzas, al igual que las cosas que captamos se nos representan como esas configuraciones de fuerzas.

Llegado este punto Arnheim hace una argumentación intentando basar este concepto “objeto frente a fuerza” en una supuesta unificación en fuerzas que la física relativista hace del concepto de masa o materia y energía, llegando a afirmar, basandose en esto que “...lo que para nosotros es un objeto, no es sino un campo de energía”. Si Arnheim hubiera leido y realmente entendido a Einstein y sobre todo a Heisemberg y no se andara por las frágiles ramas de la mecánica cuántica, sabría que realmente lo que nos indican estas teorías es que un “ente” no es más que una relación entre su masa y su energía, que esa relación es constante y que no sabemos nunca que proporción de esa constante es masa y cuanta energía.

Una vez el autor ha obviado, en contra de los preceptos que el mismo esgrime, la importancia propia de la materia en el universo físico, psíquico y artístico, continua aclarando cuales son las relaciones de fuerzas entre los centros de atención.

Las estructuras compositivas estarían basadas pues en vectores que denotan la intensidad y dirección de las fuerzas producidas por los centros. De forma que un centro estaría compuesto por una aureola de vecores que parten de el e irradian hacia todas las direcciones del espacio. Esta concepción monocentrista se ve alterada cuando aparece en escena un centro secundario de forma que se produce una interacción entre los centros. Así en estos sistemas los flujos de fuerzas ya no son una mera emanación pasiva hacia el vacio (luego veremos como esto es discutible también según sus propias argumentaciones), sino que el flujo se dirije de una forma activa hacia un destino. En esta concepción más realista un centro activo o emisor puede ser un centro primario o secundario, de forma que cuando un centro primario se aproxima a uno secundario se convierte en receptor pasivo de una energía que le es externa. Lo activo puede convertirse en pasivo y viceversa, depende de nustra propia adscripción a uno de los centros.

La centricidad es preeminente en los seres humanos, a nivel físico y psicológico. Ahora el autor utiliza un nuevo devaneo por las ramas de la física para ilustrar basándose en el diagrama de los elementos de su compatriota, Paul Klee, la preheminencia del centro basado en las fuerzas de la.gravedad.

Basándose en estos principios, un centro solo jamás podría irradiar flujos de fuerza en todas direcciones como ya dedujera casi trescientos años antes Newton en su “Philosophia Naturalis et Principia Mathematica”, puesto que para que exista esa atracción gravitacional primigenea fundadora de nuestra percepción centrista del mundo, es imprescindible el concurso de, al menos, dos centros. Además, casualmente el concurso de este tipo de fuerzas está ligado, incluso en las modernas teorías de cuerdas de Nakamura a la existencia de objetos con masa, lo que Arnheim ya había desechado hace unos párrafos. A continuación, y afortunadamente esta vez sin hacer alusíon a Leibniz, aclara algunos términos relacionados con las transformaciones de lo convergente en paralelo y la formación de estructuras comprensivas basadas en armazones concéntricos y horizontales y verticales.

Al estar constreñidos en los límites de nuestra percepción, lo que en realidad son líneas convergentes hacia el centro de La Tierra, nosotros las transformamos en líneas verticales. Las plomadas, las paredes de los edificios, los árboles, son estructuras verticales y paralelas en nuestra concepción del mundo, cuando en realidad se suscriben a radios que parten del centro del mundo. Esta es una simplificación necesaria a la hora de formar estructuras y armazones capaces de contener la energía visual dinámica de una representación visual.

La interrelación de los sistemas concéntricos y de cuadrícula sirve para localizar los objetos, el primero en relación a un espacio dominado por un centro y el segundo en relación a un espacio homogéneo. Cuando se unen los dos se produce un esquema organizativo complejo en el que las relaciones de fuerza y tensión son complicadas de analizar.

Para concluir analiza el sistema céntrico con el que está estructurado el dibujo de un mandala en el que BudaVairochana (divinidad suprema), irradia en todas direcciones hacia los ocho Addhibudda y Bodhisatvas que le rodean, Hacer notar que “mandala” proviene del término sánscrito que significa círculo y también jerarquía (el concepto de jerarquia piramidal occidental no es compartido en los pueblos de oriente). Analiza también un mosaico bizantino en el que la emperatriz Teodora, el emperador Justiniano y su séquito se distribuyen en una composición de lineas verticales en las que determinadas figuras se encuentran en puntos relevantes de la composición según su situación respecto a elementos como la cúpula.

Para concluir, parece obvio que el que suscribe no comparte la visión gestaltica y hermeneútica del autor sobre la concepción de la percepción visual. La descripción y la explicación objetiva son inherentes a la interpretación. Y cuando menos, si quiere reflejar una visión idealista, no debería hacer referencia a conceptos de la física experimental como hace en el texto, especialmente “adaptando” los principios de estos conceptos para que sustenten sus argumentaciones.

Con estas apreciaciones personales no quiero decir que desde un punto de vista estructural o interpretativo, no sean correctas las conclusiones de Arnheim en este fragmento, sólo que no creo que haya sido capaz de construir una argumentación sólida para explicarlas.

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